miércoles, 4 de abril de 2012

+

Llevaba ya cómo cuarenta minutos andando sin rumbo, pero al menos tenía dirección. Iba hacia el este, pero no iba yo sola, estaba Gus, esta vez lo llevaba sin correa, quería comprobar si al menos, ahora que estaba un poco preocupada, me obedecía más. Como aquella vez que nos quedamos encerrados los dos en el ascensor y el no paraba de lamerme por todas partes para intentar consolarme. Y para mi sorpresa, se comportó, y mucho mejor que nunca. No se separó de mí en ningún momento.


Mi semblante aquel día era tremendamente serio, lo reconozco, no quise andarme con tonterías. Quería cumplir mi sueño. Y no me refiero a hacer realidad algo que me moría de ganas de hacer, no.


Tres noches seguidas soñando con lo mismo, eso quería decir algo.


El sueño era simple, pero me ocupaba toda la noche. Aparecía yo, caminando con una brújula hacía el este, atravesando toda la sierra hasta llegar cerca de el faro y de ahí al corte del barranco, el mar estaba revuelto. Estaba amaneciendo.


Y de repente...