domingo, 20 de noviembre de 2011

Cole


Hace un par de días subí al colegio chicas, a nuestro queridísimo Cervantes, a la hora del comedor, y ni os imagináis lo cambiado que estaba...

El cuadro ese que teníamos pegado en la pared, de unos dibujos bastante feos que se estaban pegando la cena padre ya no está, cierto es que cuando estábamos nosotras en el colegio ya estaba descolorido... Las bandejas de aluminio son las mismas, en los huecos más pequeños la ensalada, y el postre (y el pan que nunca nos comíamos, pero que antes de que fuera nuestra hora de comer íbamos a robar para matar el gusanillo), y el olor, que olor tan característico a sopa... Y los gritos, esta vez de voces más agudas ya que había mucho crío pequeño, pero si me hubieran llevado con los ojos cerrados, hubiera adivinado enseguida en donde estaba.

Las monitoras singuen siendo las mismas sorprendentemente... Dori, Conchi, Juani y demás poniendo orden. Anda que los gritos que nos hemos llevado de ellas son incontables, pero seguro que nos recuerdan con cariño... Aunque, fijándome en las escaleras de P4 y P5 y en los baños junto a las aulas de P3, quizás y solo quizás piense que puede que nuestra conducta no fuera la mejor, pero que recuerdos más fantásticos...

Siguen ahí las cestas llenas de bolsitas con el nombre donde guardábamos la pasta y el cepillo de dientes, aunque sólo sabíamos que era eso el primer mes de colegio, después o bien las perdíamos o no sé qué coño haríamos con ellas que siembre acabábamos robándoles pasta de dientes a los más peques y cepillándonos con los dedos...
Quiero que volvamos las tres. No quise subir a la segunda planta porque me hubiera puesto muy nostálgica... 


No cambiaría esos momentos por nada del mundo, vivirlos con toda esa gente estuvo bien, pero sin vosotras, sin vosotras no hubiera sido nada igual. Os quiero con locura mis nenas. Mis súper nenas.
Y pensándolo mejor, puede que no haya cambiado tanto después de todo...